Del comercio menos injusto al consumo responsable y crítico

A continuación reproducimos un artículo de la compañera Alicia, de la ONG vallisoletana SODePAZ-Balamil. Se trata de un análisis autocrítico de la trayectoria llevada a cabo por esta organización de comercio justo en sus más de 20 años a sus espaldas. Todo un análisis de sinceridad que viendo los tiempos que corren y el papel que juegan muchas ONG’s, es de agradecer.

No podíamos saber, hace ya quince años, cuando empezamos con la pequeña tienda de Comercio Justo en Valladolid, lo que esto iba a ir creciendo y evolucionando. No ya con nuestra propia tienda, que sigue siendo pequeña y apenas puede mantenerse con las ventas, sino más bien lo que ha pasado en nuestro entorno. La tienda de Comercio Justo, «El Sur en Valladolid», sigue siendo un pequeño espacio de encuentro, de intercambio de información sobre lo movimientos sociales y el internacionalismo solidario, un lugar dónde poder comprar productos cotidianos como el café de la cooperativa zapatista Mut Vitz o el último libro de la editorial Virus. Un pequeño espacio que pretendía generar una independencia económica a la organización, frente a la cada vez mayor dependencia (tanto política como económica) a la que se veían sometidas el resto de ONGs con los proyectos de cooperación y un espacio de generar un puesto de trabajo, más o menos, digno.

Atrás quedaron los años en los que la tienda fue el lugar de intercambio de la red de consumo de productos ecológicos, donde se mezclaban las lechugas con el ron y las magdalenas con el café (el espacio era demasiado pequeño para albergar una iniciativa creciente como era la red de consumidores y consumidoras ecológicas), o del intento de poner en marcha la Red de Trueque «La telaraña» (que fracasó por el poco tiempo que teníamos para intercambiar las personas que formábamos parte de la misma).

La práctica del Comercio Justo pronto empezó a crearnos interrogantes. Siempre hemos entendido que el Comercio Justo no era «alternativa» a nada. Quizás si fuera la cara más amable de un capitalismo que en su versión internacional, saqueaba los recursos económicos de los países del Sur y los perpetuaba en la dependencia. A nosotras el Comercio Justo siempre nos ha servido para denunciar y sensibilizar a la gente. Nos ha servido para que haciendo un recorrido del café, que es un producto producido en su integridad en países empobrecidos del Sur y consumido casi en un 70% en países enriquecidos del Norte, y que resulta impensable no vivir sin él en nuestra sociedad, poner al descubierto el entramado y las consecuencias del capitalismo económico, la usura de los «coyotes», la falsa creación de la oferta y la demanda en los mercados internacionales, los monopolios y el control de las grandes multinacionales y el consumo acrítico en nuestras sociedades. Porque nunca se puede hablara de Comercio Justo (CJ) sin hablar de Consumo Responsable

Nos resultaba difícil, sobretodo cuando eran organizaciones hermanas las que nos planteaban la exportación de ciertos productos, explicarles que no es que no quisiéramos colaborar con ellas sino que es que no creíamos que fuera solución a sus problemas y es que otro de los interrogantes que nos hemos hecho es cuando este CJ entra en conflicto con otros principios elementales como el de la soberanía alimentaria de estos países. ¿Cómo fomentar la exportación de productos no básicos, cuando en los países de origen hay una falta de producción para autogestionar su propia alimentación cotidiana?

¿Con qué fin se destinan miles de hectáreas de terreno, aún siguiendo estrictamente los criterios de CJ, en Cuba o Nicaragua a la producción de caña de azúcar destinadas a la destilación de ron o al cultivo de café para la exportación? ¿Con el fin de obtener recursos financieros para importar arroz o maíz en los mercados internacionales? ¿No es acaso prioritario garantizar el acceso a la alimentación básica de los pueblos?

Y entonces surgía la crítica y no nos parecía ni muy responsable, ni tampoco muy ecológico, vender como CJ miel de México, habiendo productoras de miel locales que intentaban a duras penas salir adelante, sabiendo además que un tarro de miel de CJ, a través de una importadora suiza, de México a Ginebra necesita 4 litros de combustible y de la montaña palentina a Valladolid apenas 0,2.

La tentación de quedarse en la visión tradicional del CJ como fin en si mismo, tiene sus peligros ya que si no lo afrontamos desde una visión crítica corremos el riesgo de convertirnos en la versión “solidaria” de los plátanos “ecológicos” del Corte Inglés en bandeja de poliespán.

Con el tiempo también han ido surgiendo las desavenencias con gran parte del resto de organizaciones que se han dedicado al CJ, ya que su enfoque claramente mercantilista hacía que fueran cada vez mayores las distancias que nos separaban. Hemos visto como algunas de estas organizaciones han ido creando sus «franquicias» (si, literalmente), Siempre bajo el pretexto de incrementar la cuota de mercado de los productos de CJ, con el fin de «beneficiar más a los productores y productoras del Sur», todo o casi todo valía.

Primero fue en las pequeñas tiendas de los barrios (y aquí se hacía alianzas con la pequeña burguesía local) y luego en las grandes cadenas de supermercados (aquí las alianzas estaban bien definidas con las grandes corporaciones). Sin ningún pudor, estas organizaciones han optado entre estos dos tipo de alianzas y algunas ni siquiera han optado, sino que directamente han vendido donde han podido. La venta en las grandes superficies es un tema polémico que sigue generando conflictos entre las propias organizaciones que trabajamos en el CJ (aunque a estas alturas ya las posturas están bastante definidas). Nuestra apuesta desde el principio fue clara, legitimar la venta de estos productos en las grandes superficies, lavaba la cara a estas, y no podíamos entrar en sus redes y condiciones. Sí, se vendía más, pero no es nuestro objetivo, quizás si el de otras organizaciones, pero no el nuestro. ¿Cómo podíamos vender un producto con unos criterios de no explotación en la producción, en tiendas o empresas que eran las «reinas» de la explotación laboral? Sin palabras.

De cualquier forma no nos puede extrañar que se mire para otro lado ante las condiciones laborales en esas grandes superficies, que incluyen la venta de productos de CJ como parte de su “responsabilidad social corporativa,” y más si tenemos en cuenta los casos de abuso y explotación a trabajadoras que hemos visto y denunciado en algunas ONGs dedicadas al CJ.

En estos quince años, la tienda de comercio justo, y las otras actividades paralelas como la gestión de proyectos de cooperación, han generado puestos de trabajo a más de quince personas, el 80% de ellas mujeres. La necesidad de predicar con el ejemplo ha hecho inevitable el debate sobre cómo ofrecer las mejores condiciones laborales posibles con los recursos de los que disponíamos o evitar diferencias en salario y condiciones entre puestos y personas. Nos queda de todo ello la satisfacción de ver que la gran mayoría de ellas han seguido vinculadas a la tienda, en la medida que les ha sido posible una vez finalizados sus contratos.

Trabajar con la pequeña tienda en Valladolid nos ha permitido apoyar y ser escaparate de otras pequeñas iniciativas a nivel editorial, o de otros productos que no siendo de CJ los hemos etiquetado de «solidarios» (todo tipo de merchandising zapatista, creaciones en talleres ocupacionales, etc.). Nos ha abierto cauces de participación activa en proyectos actuales de agroecología anticapitalista (como Bajo el Asfalto está la Huerta). Nos ha permitido conocer a una gran cantidad de personas que han pasado por allí, como “clientes” y como “voluntarias”. Nos ha posibilitado hablar del injusto orden económico internacional a gente que nunca hubiéramos pensado. Nos ha favorecido en la creación de una pequeña red de bares donde se suministran algunos de nuestros productos y hacer colaboraciones conjuntas con ellos (exposiciones, charlas, conciertos). Nos ha facilitado hacer alianzas con organizaciones sociales que no trabajan en el CJ. Nos ha ayudado a mantener nuestra independencia política y económica. Nos ha permitido seguir vendiendo café, pero sabiendo que aunque este sea de Comercio Justo, sigue siendo un trago amargo.

Alicia Merino, perteneciente a la ONG SODePAZ-Balamil

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