Obra teatral sobre «Durruti»

Extraido de: Alasbarricadas

En 2005 se estrenó en Barcelona una obra teatral en torno a la figura de Durruti, el carismático militante anarquista fellecido durante la Revolución Social Española.

Sus autores han querido compartir y hacer público el guión

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«Los días 14 y 21 de noviembre de 2005 se estrenó la obra «Durruti», primera parte de la «Tetralogía Los Biznietos del Alzheimer» sobre la Guerra Civil Española, en el marco de la AADPC (Asociación de

Actores y Directores Profesionales de Escena de Cataluña). Fue una lectura dramatizada en la que intervinieron 18 actores y que dirigió uno de los autores, Pau Guix. El cast completo incluye a Víctor Álvaro, Bartolomé Fernández, Ferran Lahoz, Enric Cervera, Jaume Borràs, Manel Solàs, Jaume Bernet, Eva Aroca, Marta Domingo, Angel Amazares, Franco Andrea Maestrini, Damián Andrés y al Grupo Els Mullats (Juan Marea, Loretta Jaumandreu, Josep Antoni Lej, Silvia López, Juan Carlos Pérez y Lorena Rocchi).

La lectura se hizo dentro del ciclo Proyecto Nuevos Creadores

2005 en el Auditorio de Can Fabra, en la ciudad de

Barcelona».

¿Quién fue Buenaventura Durruti?

 

Nacido en León, en 1896, y muerto en Madrid, el 20 de noviembre de 1936. Hijo de un ferroviario socialista. En 1910 (con 14 años) entró a trabajar en los Talleres Ferroviarios y participó en la huelga de ferrocarriles de 1917. Ese año, buscado por la Guardia Civil, tuvo que exiliarse a Francia. Regresó a España en 1920: en San Sebastián conoció al anarquista Manuel Buenacasa, líder de la CNT y, influenciado por él, se trasladó a vivir a Barcelona. Allí, con Francisco Ascaso, fundó el grupo de Los Solidarios, un “grupo de afinidad” para realizar acciones concretas, especialmente acciones de represalia contra personajes (y empresarios) conocidos por su reaccionarismo y dureza antiobrera (se les atribuye el atentado contra el Obispo de Zaragoza en 1921), además de perpetrar atracos a Bancos para recaudar fondos destinados a las organizaciones obreras. A ese grupo se incorporaron en los años veinte

Juan García Oliver, Liberto Callejas, Aurelio Fernández y Ricardo Sanz: eran los tiempos de lucha, en Barcelona, del pistolerismo, entre los grupos parapoliciales de la patronal catalana y grupos obreros anarquistas. En 1923, tras el golpe de Estado, se implanta en España la Dictadura del general Primo de Rivera.

En 1924, Ascaso y Durruti marchan a América. Estuvieron en Argentina, México y EEUU, donde contribuyeron a fundar células anarquistas y protagonizaron numerosos atracos a grandes empresas y bancos. En 1927 regresan a Europa y prepararan en Francia un atentado contra el rey Alfonso XIII: descubiertos, fueron encarcelados y expulsados de Francia. Viajan a Bélgica y a Alemania donde formarán parte de los círculos anarquistas. Allí Durruti elaboró un teoría de la revolución: propugnaba el asalto al poder mediante las acciones combinadas de grupos armados, en línea aún con el blanquismo y, en cierto modo, con conexiones con el leninismo. Esta teoría la abandonó poco después para asumir el ideario anarquista que combinaba la acción (“propaganda a través del hecho”) con la creación de asociaciones obreras (culturales, laborales, etc.) ajenas al mundo burgués: es la definitiva conexión con el bakuninismo. En 1931, con la proclamación de la II República, regresan a España y fundan en el seno de la CNT la Federación Anarquista Ibérica (FAI), una corriente vanguardista del anarquismo, enfrentada al “sindicalismo puro” de los Trentistas (Pestaña y Peiró).


 

En 1932, Durruti es ya la personalidad más representativa y carismática de la CNT: son famosos sus mítines, especialmente los que da en las plazas de toros. Durruti, ese mismo año, toma parte en la insurrección de los mineros del Alto Llobregat: es detenido y deportado a Bata (Guinea), de donde se fugo muy pronto. De nuevo en Barcelona, participa en las insurrecciones de 1933 y en diciembre es nuevamente detenido pero se fugará en breve del penal de Santa María, en Cádiz. Nuevamente en Barcelona, participa en la revolución del 6 de octubre de 1934 mas vuelve a ser detenido y enviado a la cárcel a Canarias; desde presidio apoya la tesis de la participación electoral de la CNT en las elecciones de febrero de 1936. Con la victoria del Frente Popular es
liberado. Nuevamente en Barcelona refunda la FAI y al producirse la sublevación militar del 18 de julio dirige las fuerzas anarquistas que derrotan (junto a otras fuerzas antifascistas) a los militares. Su amigo Ascaso muere en un tiroteo junto al Gobierno Militar, en las Ramblas. Derrotada la insurrección militar, organiza la Columna de Hierro (milicianos anarquistas) y marcha el frente de Aragón a combatir. Sus fuerzas toman la ciudad de Caspe el 25 de julio y dominan una amplia zona de la región aragonesa, donde implantan el socialismo libertario o Colectividades Autónomas de producción y Distribución, fundando el Consejo de Aragón. Duda entre “ganar la guerra ante todo” o “hacer la revolución a la par que ganar la guerra”. Ante lo que parecía la inminente caída de Madrid, se traslada con su columna a defender la capital, junto al Ejército republicano. El 20 de noviembre de 1936 muere misteriosamente en el frente de la Ciudad Universitaria: ¿fue una bala perdida?, ¿fue asesinado por los comunistas?, ¿o quizás por una fracción del anarquismo? Su cadáver es trasladado a Barcelona y su entierro convocó a un millón de personas en las calles.

 

Durruti: Una Tragedia Heroica

Buenaventura Durruti representa, en Occidente, uno de los grandes arquetipos de la épica revolucionaria del siglo XX. Fue un mito en vida y lo ha continuado siendo después de su muerte, en 1936, mucho más allá de las fronteras españolas, como señaló el filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger en su famoso estudio El breve verano de la anarquía. Quizás tan sólo, hablamos siempre de Occidente, existan otras dos personalidades de calibre similar en el mismo plano de las luchas revolucionarias: Ernesto Ché Guevara, y Emiliano Zapata.

Durruti fue un hombre de extracción pobre, nacido de una familia netamente proletaria, o subproletaria, de León, en

la España profunda. Familia pobre, alimentación pobre, vida escolar nula… en Durruti nunca hubo nada propio del universo burgués: ni ambición, ni egoísmo, ni cinismo, ni siquiera rencor, características tan definitorias del modo de ser burgués, del que infinidad de líderes obreros han estado contaminados a lo largo de la historia de los dos últimos siglos. Por ello, como señalara Pier Paolo Pasolini, Durruti nunca envejeció: él siguió siempre siendo un muchacho, jamás tuvo una falsa idea de sí mismo y pudo observar el mundo y la sociedad de su tiempo con una claridad inédita entre sus contemporáneos. Alimentó siempre un gran respeto por la cultura, esa “conquista de los pobres”, como él llamaba, muy al contrario del cinismo con que se enfrentan a esa misma cultura aquellos que la han obtenido por privilegio. Esa pasión por la cultura que los humanos han producido incluso en situaciones históricas y políticas opresivas e infamantes es lo que hizo de Durruti un hombre culto en el sentido más sustancial. Como tal debió afrontar, en su larga lucha, concluída con su muerte en el frente universitario de Madrid, todos los problemas insolubles que los anarquistas se planteaban cuando sus principios chocaban con la realidad. Y nunca tuvo la ilusión de poder resolverlos sin tener que ceder en el rigor de los dogmas. Jamás fue un fanático. Por exigencias de la guerra, reconoció que la no-violencia dejaba paso a la violencia, que la espontaneidad dejaba paso a la disciplina y que el menoscabable pacto con otras fuerzas republicanas (socialistas y comunistas) era una etapa necesaria, intermedia, en el camino de la revolución integral. Pero, dotado con una intuición excepcional, creía que tales contradicciones serían absorbidas por la acción y que, en consecuencia, la acción no debía tener fin. Durruti fue un ser en perpetua vigilia.

Hombre sin ambigüedad alguna a lo largo de su vida, en cambio, su muerte le envuelve en una ambigüedad que él ya no puede afrontar: Durruti caerá
asesinado por la espalda y por una bala traicionera, como los héroes antiguos… Disparada por un falangista emboscado, por un agente comunista, por sus propios compañeros anarquistas, por un fusil, el suyo, que se accionó accidentalmente, o quizás le mató una bala perdida… O disparada por todos esos factores a la vez. La ambigüedad de esa muerte incrementa indudablemente su proyección histórica y le eleva a la categoría de mito libertario junto al Ché Guevara y a Emiliano Zapata.

Nuestra obra Durruti, fiel a estos parámetros de partida y rigurosamente histórico, se constituye como un gran espectáculo trágico. Ha sido concebido a la manera de un gran collage de personajes y situaciones, e intenta mostrar cómo la revolución puede morir sin envejecer. Y está especialmente puesto en letra con un sentido de la tragedia de resonancias heroicas: en éste, como se comprobará en su lectura, el héroe vuelve a estar a medio camino entre los hombres y los dioses que, como siempre, son también demonios. Por ello, el destino de Durruti estaba consensuado. Fue necesariamente, parodiando a Kazantzakis, “aquel que debe morir”.

Pau Guix y Bernat Muniesa

 

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