Frente al estado de alarma, por un futuro digno

Caminando hacia la locura: degradación, pandemia, Estado y fascismo. El abismo de la libertad.

La anómala y, a la vez, dramática situación en forma de pandemia mundial que padecemos desde finales de 2019 está dando pábulo a numerosas interpretaciones sobre el origen o los intereses geopolíticos que se esconden detrás de lo que, posiblemente, sólo sea otro aviso de la naturaleza, en un grito desesperado ante la destrucción a la que de una manera funesta estamos llevando al planeta.

En estos momentos, desde el movimiento libertario y desde los sectores más comprometidos por el bien común, queremos denunciar las certezas y las responsabilidades que han quedado manifiestamente claras en la expansión de esta pandemia, centrando el foco en la nefasta gestión que la clase política está haciendo de ella.

Queremos decir alto y claro que sobre  la clase  trabajadora -la que sufre la crisis sanitaria de una manera más contundente- no puede recaer toda la  factura de esta escalada de contagios y de muerte; es víctima en todas las variantes generadas por esta crisis social y sanitaria que nos sacude.

Llevamos décadas denunciando -junto con el resto de colectivos sociales y vecinales– la privatización de los servicios públicos para uso exclusivo de la capacidad económica individual y no para la búsqueda colectiva de acceso a una vida mejor para todas las capas sociales. La clase política y empresarial, de una manera paulatina, ha ido tejiendo al calor de la sanidad y de la escuela pública -entre otros servicios esenciales-, un negocio privado sobre cuestiones que forman parte de una manera intrínseca de los derechos humanos más básicos.

La falta de medios y la nefasta actuación de los partidos políticos han sido claves para que una segunda ola vuelva a situar al estado español en el epicentro de una situación a la que de una manera estoica ya hicimos frente en el mes de Marzo. Entonces y ahora nuestro único fin ha de ser que entre todas las personas aplastemos esta curva de muerte, que vuelve a crecer sin remedio ante la pasividad de quienes no han estado a la altura del propio pueblo al que dicen representar.

El esfuerzo mental y económico que supone para miles y miles de familias truncar de raíz nuestro modo de vida contrasta con el lamentable espectáculo que están ofreciendo desde los distintos sillones parlamentarios. El bochorno y la lejanía a los problemas cotidianos de la ególatra clase política, hace que el enfrentamiento dialectico sólo consolide debates estériles lejanos al momento actual.

Los ecos de un racismo exacerbado, de una escalada de confrontación, de propuestas salariales inmorales, de duplicidad de mando, de cruce de acusaciones, y un largo etcétera, están a una gran distancia de las consecuencias reales directas y las soluciones que debieran estar tomando, en vez de ocupar un segundo plano en sus agendas.  Esta crisis está empobreciendo y sumiendo en la angustia más atroz a la clase trabajadora, que vive precisamente en su mayor parte de algunos de los sectores económicos más golpeados en esta pandemia. 

Este caos meditado y esta espiral continua, llena de tensiones y de contradicciones esperpénticas, sólo beneficia a propuestas políticas autoritarias que apuntalan un estado de excepción encubierto, donde repiten una y otra vez palabras y noticias en los medios de comunicación que infunden y activan fantasmas del pasado entre la población como son: alarma, confinamiento, toque de queda, sanciones, cierres, despidos, regulaciones, etc. Tienen razón quienes señalan que la pandemia ha de ser vencida por la vía sanitaria y no por la vía represiva por la que de una manera clara apuestan las instituciones.

Mientras llaman a la gente a no sociabilizar, mientras permanecen multitud de negocios cerrados -con miles de puestos de trabajo en el aire-, sigue funcionando el transporte público de una manera deficiente. Siguen funcionando las fábricas y los puestos de trabajo al ritmo habitual, aun siendo como son un foco silenciado de infección. Es lamentable, que sea en esas mismas ciudades donde tapan las vergüenzas con enormes banderas, donde levantan auténticos guetos en los barrios obreros mientras dan vía libre a quienes viven del trabajo ajeno. Barrios obreros que ven, desde hace tiempo, cómo la privatización de la salud aleja este derecho de la justicia, enriqueciendo a empresas sin ninguna catadura moral que se han puesto de lado en esta crisis sanitaria, que contratan a sus trabajadoras y a sus trabajadoras bajo unas condiciones laborales paupérrimas y que dejan tras de sí una estela de precariedad que conlleva sin remedio una atención inexistente –como es el caso también de las residencias de nuestros mayores-.

Es indignante que aprovechen esta crisis para ir cerrando con alevosía los consultorios de atención primaria de las zonas rurales. Consultorios que, contra viento y marea y bajo una labor honesta y profesional por parte de las profesionales sanitarias, han sido el servicio que mejor ha funcionado en las comarcas del interior peninsular y que desgraciadamente, desde hace unos años, está siendo abandonado por los gestores.

El dinero y la muerte. Dos caras de la misma moneda.

Exigimos que se vuelquen todos los medios humanos y económicos necesarios para que la sanidad pública pueda realizar las tareas fundamentales que eviten, de una vez por todas,  la expansión sin control del COVID19  y su estela de muerte. El Estado debe dejar de ser el garante de la empresa privada, que percibe la vida humana como un negocio. No necesitamos  recuperar una normalidad que sigue sumiéndonos a todos y a todas en la miseria moral que condena a la mayor parte de las personas a un futuro gris. Una normalidad donde el capital gestiona los recursos naturales y sociales como si de un cortijo propio se tratara, sangrando las materias primas a un coste que hipoteca y esclaviza a las generaciones venideras.

La lucha que se ha de emprender,  y las conquistas futuras, han de tirar abajo un modelo social delegado que no tiene nada de democrático. Son las luchas actuales las que diseñarán los modelos productivos del mañana. Es ahora cuando tomar conciencia se torna de especial relevancia. Hoy, el control férreo del Estado se debe a un virus debido a la pérdida de biodiversidad -como nos indica la comunidad científica-. Mañana –si no somos capaces de articular una respuesta-, la represión contra las clases populares  se ejercerá por la limitación al acceso a los recursos de vida más básicos. Esto, como la actual pandemia, ya no es ninguna película.

Nuestras semillas no son el caos que desestabiliza y prepara el ascenso al poder del fascismo, sino la igualdad social y económica bajo un total respeto al medio del que dependemos y que rodea por completo la vida del planeta. Defender lo público, cada puesto de trabajo, cada vivienda, defender nuestros pueblos y nuestros barrios, nuestros ríos y nuestros bosques, hará que broten las semillas que impulsan la gestión colectiva.

Construyendo desde los cimientos entre todos y todas las grandes obras de la emancipación humana transformaremos la tétrica oscuridad que llena esta humanidad herida en la cálida luz de la anarquía.

 

Porque la solidaridad es nuestra arma, no pasarán.

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