Fábula del cómico y el chorizo

A dos semanas del fallecimiento de Pepe Rubianes, el autor de este artículo; Antonio Salvador, le dedica este pequeño homenaje.

Qué Dios lo perdone, limpie su alma y regenere ese corazón lleno de odio, resentimiento y podedumbre que nos mostró en vida.Todos estamos aquí de prestado, espero que se diese cuenta aunque sea al final de su vida.

A pesar de todo, descanse en paz y España, a partir de hoy, también descansará mejor.

Pasó por este mundo sin pena ni gloria, ahogado en su propio veneno, sin amigos, sin patria, un ejemplo para los de su gremio. Que alguien lo acoja, que en mi casa no hay sitio….fdo el señor.

No estoy segura de que este hombre merezca mi respeto en tanto que española. No obstante, mi sincero pésame a su familia.

Pues que Dios lo tenga donde se merezca. Si en vez de ser yo un don nadie fuera un alguien diría que yo lo llevaría al infierno por toda una eternidad. ¡Que le den por el mismo sitio por donde el quería que nos dieran a los españoles!, y que le reviente todo lo que le tenga que reventar, al fin y al cabo un renegado traidor como lo fue él no merece otra cosa.

(Comentarios piadosos de la gente de orden en Libertad Digital, ante la noticia de la muerte de Pepe Rubianes.)

Ni un alma por las calles del Barrio Chino. Las putas guardan luto, los meublés permanecen cerrados a cal y canto, la pasma hace huelga en solidaridad, los picolos guardan un minuto de silencio, con el tricornio sobre el pecho, iluminando de charol la mañana barcelonesa.

La persiana del bar del Pira está bajada. «Zeñores clientes, oy no se avre, por defunció», dice un cartel, escrito a mano, con caligrafía farragosa. Se adivina la fina prosa de Popeye Smit.

En las alturas, Ivá chatea a la vieja usanza con San Pedro, bebiendo a morro de la frasca de tinto, organizando el comité de bienvenida a su hijo más querido.

El Maki, camiseta de rayas marineras, chupa de cuero desgastada, vaquero ceñido al máximo, pañuelo rojo al cuello, se atusa el tupé con delicadeza, mientras saborea un Ducados. El ascensor hacia el paraíso sube a paso de tortuga, renqueante y agotado, a punto de gritar basta. Barcelona se ve hermosa, en la lejanía. Al Maki, que en el fondo es un sentimental, se le escapa una lágrima, de soslayo.

Atravesando el tráfico imposible de la Diagonal, a bordo de un taxi, tres cabizbajos compinches del finado lloran como niños. El Moromierda lía un porro, con la mejor maría de su Ketama natal, para mitigar el dolor. El Popi y el Pirata rememoran las andanzas de su camarada, dejándose llevar por la melancolía. En la radio del coche blasfema el pequeño talibán de sacristía, refiriéndose a la muerte de un actor rojo, un tal Pepe Rubianes.

El Matías y la Maru llegan pronto al tanatorio de Les Corts. El abuelo se las arregla para agenciarse una corona de flores como una catedral, enviada en recuerdo del cómico ese por el sindicato de pancarteros del reino. Makinavaja, de cuerpo presente, duerme el sueño de los justos, con un traje hecho a medida por un antiguo compañero de la Modelo, dueño de una sastrería algo casposa, a cuatro pasos de las Ramblas. La Maru, madre soltera de nuestro héroe, se deshace en sollozos. El jodío abuelo, tan experto en otras lides, no sabe qué hacer para consolarla.

A punta de sirla, el trío calavera abona la carrera, a la manera del Barrio Chino. El taxista avisa a la Guardia Urbana por el móvil, cagándose en San Peo. La telefonista de la centralita ni descuelga el auricular, rememorando las miradas que le dedicaba el Maki a su escote cada vez que lo llevaban esposado a comisaría. «Miradas que follan por sí mismas», rememora la jamona.

La puerta del tanatorio esta abarrotá de periodistas y de curiosos. Desfilan en procesión los allegados del Rubianes, cegados por los flashes, asediados por las alcachofas. Sin comerlo ni beberlo, Popeye, Pirata y Mojamé se ven rodeados de reporteros, ansiosos por recabar opiniones sobre el actor recién fallecido.

 Saca el nabo, morito-ordena el Popy con brío-a ver si así nos dejan pasar, no vaya a tener que sacar yo la pipa.

El ascensor celeste para de repente. Makinavaja traga saliva y decide abrocharse la cazadora, por si acaso fuera hace rasca. La puerta del ascensor se abre, interrumpiendo sus pensamientos. Maki se queda perplejo al ver cara a cara al Pepe Rubianes, el del teatro.

 Coño, el Pepe Rubianes, el artista-exclama el chorizo-¿Qué hace usté por estos pagos de Dios, nunca mejor dicho?

 Acabo de palmarla, Maki. Un puñetero cáncer de pulmón, que se me ha llevao por delante- contesta el otro.

 ¡Tú también, cojones! Estas putadas siempre no las gasta el jefe a los mejores.

Abajo, en Les Corts, el abuelo fuma con el Moromierda y con el Pira, observando por el rabillo del ojo a la Maru, que se derrumba en brazos del Popeye. La cosa se va animando, conforme corre el machaquito que se ha traído el Pirata del negocio. A las cuatro de la tarde, está pirípi hasta el apuntaor. El Matías, que siempre ha presumido de anarquista, empieza a entonar el Negras Tormentas, himno oficial de la CNT.

Al son del abuelo, los deudos de Makinavaja levantan el puño y cantan la vieja canción obrera.

En la cancela del cielo, el mangante y el titiritero comparten pitillo, sonriendo con un deje de tristeza, tarareando ellos también.

Al otro lado, San Pedro abre el pesado portón, manejando una llave de proporciones gigantescas. Dos pasos por detrás suya, Ivá se acaricia la panza a través de la chaqueta del chándal, poniendo pose filosofal.

 ¡Viva la anarquía, que coño!- suspira el dibujante.

Desde Montjuich, Barcelona es un mar de puños levantaos.

Va por ti, Rubianes.


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