En la España de 1936 la guerra entre la derecha reaccionaria y la clase trabajadora en lucha por sus derechos dejo de ser soterrada y pasó a ser abierta. Tuvimos que coger el fusil, pero también nos vimos ante la oportunidad de tomar el futuro en nuestras manos; ante el vacío de poder creado, sindicatos como CNT aprovechamos la oportunidad que salió al paso de organizar las fábricas y los suministros sin explotadores ni aprovechados. El libro del compañero Miguel G. Gómez ‘CNT y la nueva economía’, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo, investiga cómo fue ese proceso en tiempo real, pone en valor sus dificultades y comparte lo que podemos aprender de él para el tiempo presente. El conocimiento de cómo se afrontaron retos prácticos en el pasado es fundamental para un futuro de alternativas al capitalismo. De todo ello nos habló el autor en la presentación que pudo hacer en Valladolid el pasado 9 de mayo, en los locales del sindicato.
El libro de Miguel deja claro que la política no puede separarse de la economía, y cómo fue la libertad de los trabajadoras, defendida por organizaciones libertarias como CNT, la que hizo posible mantener la producción al servicio de una población atacada por el fascismo. La existencia de sindicatos no es una floración espontánea, sino parte de un largo proceso por el que las masas, entregadas a la explotación en fábricas urbanas tras el cercamiento de los bienes comunales, desarrollan una alternativa al Estado -arma de la burguesía en la lucha de clases-.
Allí donde no había producción capitalista la alternativa libertaria al Estado toma forma de comuna; pero allá donde los trabajadores van tomando experiencia de su capacidad de influir en la producción mediante la lucha sindical, toma fuerza la idea del sindicalismo revolucionario, donde un sindicato único sería la columna vertebral de la sociedad sin autoritarismo ni represión estatal.
En las fronteras de España se dio un potente desarrollo de esta idea, a través de un largo proceso en que las ideas revolucionarias se iban filtrando, por obra de activistas, en los espacios que permitía la represión o que eran más atractivos a primera vista para la clase trabajadora precaria y hacinada en las ciudades -escuelas de oficios o sociedades musicales-. La necesidad de responder mediante huelgas a la explotación y a la incapacidad de gobiernos de cualquier color para combatir la miseria, va fortaleciendo a los sindicatos como entidades no sólo capaces de lograr reivindicaciones laborales, sino también capaces de gestionar un territorio -ocupándose de los abastos durante una huelga- y de defenderlo.
La dialéctica entre opresión social y autodefensa de las trabajadoras -espoleada a principios del siglo veinte por el éxito de la revolución rusa- hace visible la importancia de organizar a toda la clase trabajadora bajo un sindicato capaz de vencer a quien la oprime. CNT se convierte así, antes de la guerra, en un polo de atracción para sociedades obreras dispersas que la llenan de contenido desde abajo, y que les aporta la posibilidad de llevar a cabo grandes huelgas de solidaridad -algo que pagó teniendo que enfrentar una feroz represión estatal y patronal, con la organización de patrullas de pistoleros-.
La capacidad de la CNT para dejar ciudades a oscuras, para organizar comedores sociales, pone a la vista una capacidad de organización comunitaria que contrasta con el espectáculo actual de colectivos y luchas atomizadas. El éxito de huelgas como la de La Canadiense -1919- espanta a la burguesía, pero la respuesta represiva que lleva a miles de trabajadoras a la cárcel es aprovechada por el movimiento libertario para convertir el tiempo de encierro en un tiempo de formación y comunicación con otras personas oprimidas, y hacer de la cárcel una universidad de revolucionarios. Durante la Segunda República se comprueba que la política parlamentaria y la burocracia del Estado se alían para sabotear las leyes de intención progresista, y eso consolida a la CNT y el sindicalismo revolucionario como alternativas, no sin debate interno -sobre si se estaban sobrevalorando determinados logros sin tener en cuenta la necesidad de teoría y organización para extenderse a otros territorios-.
Las insurrecciones durante la República, si bien no consiguen éxito -y se toman como base para redactar listas negras por la represión fascista- se anotan en el balance positivo, como ejemplo de poder obrero. De esta manera, cuando tiene lugar el golpe de Estado de Franco, CNT se ve con capacidad de reclamarse como agente capaz de hacerse cargo de la situación creada, y de forzar legislación avanzada por parte del gobierno republicano. Para CNT, estas leyes serían pasos iniciales hacia el comunismo libertario; para los partidos burgueses de la República, un arreglo provisional con un aliado del que no podían prescindir, y al que dedican elogios altisonantes en público. Se lleva a cabo la agrupación de pequeñas empresas y el control obrero colectivo de las grandes -Catalunya, Valencia, municipalizaciones en Aragón-, y no se alcanza la socialización de ramos enteros de la producción por el contragolpe que supuso mayo del 37, como acción represiva contra el anarquismo dentro del bando republicano.
La ausencia de consignas concretas más allá de la de «unidad antifascista» reduce la capacidad de maniobra de CNT en esos momentos. En una guerra que se está perdiendo, con un bando apoyado por Estados fascistas y otro aislado internacionalmente, en el que el arrojo de los combatientes libertarios les acaba convirtiendo en carne de cañón, se opta por un giro estratégico: colaborar con el Estado republicano mediante la creación de un Consejo Económico Confederal que centralice la producción, el consumo y las exportaciones. La puesta en marcha de esta entidad demostraría la capacidad de los sindicatos como base para la reconstrucción tras la victoria antifascista… que no se produjo.
Aunque el vacío de poder creó un camino, todo acabó conque la CNT no pudo realizar en las fronteras de España su ansiado comunismo libertario, su proyecto histórico de abolición del Estado. Sin embargo, instigó y protegió la revolución dentro del Estado republicano. Cuando en el verano de 1937 se la desplazó dentro del mismo, se recluyó en su parcela de influencia y lanzó un programa económico propio de planificación de la economía republicana, empezando por la que representaba la propia CNT en las industrias en que tenía influencia.
A la hora de valorar esta tratectoria, resulta pertinente no contrastarla con deseos y futuribles, sino con las dificultades que hoy mismo resultan tan evidentes a la hora de consolidar el trabajo sindical. Unas dificultades, las de entonces y las de ahora, que no han de llevarnos al derrotismo, sino a intensificar nuestra labor desde el análisis de la realidad y la apertura a las trabajadoras y sus problemas. No en vano, la charla tuvo lugar a pocos días de la caída del suministro eléctrico en todo el territorio español, una situación de la que se pudo salir, más allá del ruido político, por la acción esencial de las trabajadoras. Aceptemos nuestro poder, desde la humildad de lo que nos queda por aprender, pero también sin complejo de inferioridad. Con este género de conclusiones término una charla en la que se vendieron todos los ejemplares de ‘CNT y la nueva economía’ puestos a la venta.