Manifiesto de la Coordinadora Antifascista de Valladolid con motivo de la manifestación del 20 de noviembre de 2025
«Hoy 20 de noviembre, se cumplen 50 años del fin de la dictadura. La clase obrera de Valladolid estamos aquí, un año más, organizadas, para afirmar que frente al avance del fascismo y la reacción no caben ni el silencio ni la resignación. No estamos aquí para lamentar sus agresiones ni para pedir compasión, sino para responder como clase consciente, con organización, unidad y firmeza.
El fascismo no es un accidente histórico ni una simple expresión de la derecha política. Es una forma concreta de dominación burguesa que emerge en los momentos de crisis profunda del capitalismo, cuando la clase dominante ve amenazado su poder y recurre a los métodos más violentos y reaccionarios para mantenerlo. No surge por una deriva ideológica espontánea, sino como necesidad del capital en su fase de descomposición, cuando la democracia burguesa ya no garantiza la estabilidad del orden social.
El fascismo organiza, canaliza el miedo y la frustración de amplios sectores de la población y los pone al servicio del gran capital. Su función es aplastar la organización independiente de la clase trabajadora, destruir sus instrumentos de lucha y asegurar la continuidad del sistema capitalista. Por eso, la lucha antifascista no puede separarse de la lucha anticapitalista: donde el capitalismo se hunde, el fascismo aparece como su tabla de salvación.
Igualmente, la lucha antifascista no puede comprenderse sin un antirracismo radical. No existe libertad posible mientras siga existiendo jerarquía racial. Lo demuestra el antigitanismo histórico de este país y lo evidencia la violencia institucional hacia la población migrada. El fascismo se sostiene en los racismos cotidianos que fomentan la desigualdad, la exclusión y la fragmentación social.
Hoy asistimos a un proceso de normalización del discurso fascista, amplificado por los medios ylas redes sociales, donde el odio, el racismo y el patriarcado se presentan como “opiniones legítimas” o “sentido común”. La descomposición ideológica del sistema ha desplazado el debate público hacia posiciones reaccionarias, mientras el capital promueve un clima de miedo e individualismo que debilita la conciencia colectiva. Bajo la apariencia de libertad de expresión se construye una hegemonía cultural que justifica la represión, la desigualdad y el autoritarismo. Frente a esta ofensiva ideológica, la respuesta no puede ser el silencio ni la adaptación: debe ser la organización y la reconstrucción de la conciencia de clase.
Por otro lado, las recientes infiltraciones policiales en movimientos sociales no son hechos aislados ni desviaciones de un supuesto deber democrático, sino expresiones directas del papel que el Estado reserva a sus cuerpos represivos: controlar, dividir y neutralizar toda forma de organización popular independiente. La policía no actúa como garante de la “seguridad ciudadana”, sino como guardián del orden burgués y del monopolio de la violencia que sostiene al capital. Su función no es proteger al pueblo, sino proteger la propiedad privada y los intereses de la clase dominante. Cuando infiltran colectivos, cuando persiguen militantes o criminalizan la protesta, no están “excediéndose”: están cumpliendo con la tarea para la que existen.
Hoy 20N nos gustaría señalar como en Valladolid hemos visto en los últimos meses cómo las agresiones fascistas se multiplican, amparadas por la impunidad y el silencio institucional. No son hechos aislados ni fruto de la “radicalización” de unos pocos, sino la expresión concreta de un caldo de cultivo reaccionario que se tolera y se protege. El entorno ultra del Real Valladolid se ha convertido en un foco de infección fascista en la ciudad, donde el odio y la violencia se disfrazan de pasión futbolera para actuar como fuerza de choque del orden reaccionario. La permisividad de las instituciones, la complicidad de los medios y la inacción del propio club legitiman su presencia en los espacios públicos y refuerzan su papel como brazo callejero del fascismo local. Frente a esto, no cabe el miedo ni la pasividad: la respuesta debe ser la organización obrera, la solidaridad entre barrios y la defensa colectiva de nuestros espacios y nuestras vidas.
Las agresiones al colectivo LGBTIAQ+ y el ataque constante a los derechos conquistados por el movimiento feminista son parte inseparable de la ofensiva reaccionaria que el fascismo impulsa en todo el Estado. No se trata sólo de odio o intolerancia, sino de una estrategia política destinada a dividir a la clase trabajadora, fragmentar sus luchas y reinstaurar los valores patriarcales y autoritarios que garantizan la subordinación de millones. Cuando se cuestiona el derecho al aborto, cuando se criminaliza la libertad sexual o se ridiculiza la lucha por la igualdad, no se está “opinando diferente”: se está tratando de devolvernos al orden social que el capitalismo necesita para reproducirse. Por eso, la defensa de los derechos de las mujeres y de las personas LGBTIAQ+noesunacuestiónidentitaria o moral, sino una tarea política de primer orden para toda la clase obrera consciente.
También nos gustaría señalar como la ofensiva fascista y reaccionaria no es un fenómeno aislado ni limitado a nuestras fronteras: se extiende por todo el mundo como parte de la respuesta violenta del imperialismo ante su propia crisis. Desde Europa hasta América Latina, desde el Sahara hasta Palestina, asistimos a una escalada represiva y belicista que busca sostener por la fuerza un orden mundial en descomposición. El caso del Estado sionista de Israel es su expresión más descarnada: un Estado genocida que, con el apoyo incondicional de las potencias imperialistas, perpetra la limpieza étnica del pueblo palestino bajo el discurso hipócrita de la “defensa” y la “seguridad”. Ese mismo bloque que bombardea Gaza esel que impulsa la militarización, la censura y la represión enel interior de Europa. La solidaridad internacionalista de la clase obrera debe oponerse a esta barbarie, uniendo las luchas contra el fascismo, el imperialismo y el capitalismo que los engendra.
Para finalizar nos gustaría señalar que frente a esta ofensiva reaccionaria, nuestra respuesta debe ser la organización. En los centros de trabajo, en los centros de estudio y ennuestros barrios, debemos levantar una respuesta colectiva, consciente y combativa que no deje espacio a la reacción. Debemos abandonar el juego socialdemócrata del PSOE y SUMAR que nos habla del voto útil para frenar el fascismo. Cada agresión fascista, cada ataque contra nuestros derechos conquistados por la lucha de compañeros, cada intento de dividirnos, debe encontrar la respuesta organizada de una clase obrera que no retrocede. No hay neutralidad posible: o se está con quienes luchan por la emancipación de nuestra clase o se está con quienes sostienen la opresión. Es hora de reforzar nuestras organizaciones, de unir las luchas y de responder, con firmeza, a quienes pretenden sembrar el miedo.
Porque su violencia no nos intimida: nos reafirma en la convicción de que sólo la organización y la lucha consciente del proletariado podrán acabar con el fascismo y con el sistema que lo engendra.
Viva Valladolid antifascista
Viva Valladolid antisionista
Viva la lucha de la clase obrera»
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